martes, 28 de febrero de 2012

ACÁ QUEDÓ SU SANGRE


Un vaso de yogur con agua que sirve de maceta para una planta que tiene hojas con forma de moneda. Está apoyado sobre un volante con las diversas clases de artes marciales donde resalté los horarios de tai chi. Al lado, un cenicero con tres colillas. Una birome negra sin tapa que no hace falta probar para saber que no funciona. Los tornillos de algo que desarmé. La fuente quemada de una computadora que guardé pensando que podía tener un sentido artístico. Un banquito de plástico con una pata rota después de la caída de mi amigo Pablo. Fue gracioso. El mismo día volcó Ananá Fizz en la terraza y cuando quiso baldear se mojó las zapatillas. La pared a medio pintar. Una mosquita que salta por el monitor y ahora está

Acá

                                   Acá.
                                                           No, acá.

                        Acá quedó su sangre.    

domingo, 26 de febrero de 2012

EL MÉTODO DE EVALUACIÓN


Tenía que beber todo de un trago para recibir el diploma. La profesora me observaba por encima de los anteojos. No había nadie más en el aula. Metí las manos en los bolsillos del pantalón, me dejé caer en el asiento, apoyé la nuca en el respaldo y extendí las piernas, montando la izquierda sobre la derecha. Deshice la postura cuando empezó a picarme la barba y después de rascarme volví a la posición anterior. Es el último paso, remarcó la profesora en un tono meramente informativo. La escuché sin verla. Era más interesante pensar en los motivos que desgastan los bordes de los escritorios. Pregunté si ya todos lo habían hecho, mientras quitaba la mano izquierda del bolsillo y la llevaba a mi estómago. No importaba qué habían hecho y dejado de hacer mis pares. Yo debía rendir de todos modos. Sin cambiar de posición, observé el vaso y su contenido: un brebaje espeso como leche hervida, pero de un color parecido al celeste. La consistencia me recordó a los remedios de la infancia que diagnosticaban los médicos ante la imposibilidad de quedarme quieto. Creo que surtieron efecto. Ya casi no corro ni deseo levantar faldas contra la voluntad de las chicas. Parece que ahora usan pastillas. Nada líquido. Nada celeste. Salvo el examen final. La profesora, de pie, apoyó sus brazos estirados sobre el escritorio y dejó caer su peso levemente hacia mi lado. Me miró a los ojos, interpelándome. Yo observé la distancia entre sus pechos. Las uñas largas y pintadas de rojo de la profesora marcaron un compás impaciente sobre la tabla. Supuse que tenía que beber o retirarme. Sin aviso ni posición intermedia, en un solo movimiento, me repuse, tomé el vaso y tragué su contenido enérgicamente, sin pausas. Miré a la profesora, pero a mi alrededor flotaban millones de partículas plateadas, como si hubiese recibido un golpe. Me zumbaban los oídos. Sentía como si mi cuerpo terminara en la cintura y las piernas fuesen apenas un pantalón sin contenido. No percibí el momento en el cuál la profesora caminó hasta quedar detrás de mí. Tampoco pude ver de dónde sacó la toalla que colocó en mis hombros. Acercó su boca a mi oído para informar que había aprobado. Creo que sonreí con los ojos cerrados antes de vomitar. Luego pregunté si tendría que rendir nuevamente el examen o alcanzaba con dejar limpio el establecimiento.         

martes, 21 de febrero de 2012

NO HAY MAYOR TRIUNFO QUE SABERSE DERROTADO


Me electrifico hasta los dedos para señalarte una vez más.

Resto de vitalidad que saco de no se dónde
para señalarte una vez más.

Saliva espesa fermentada en mi pecho
para marcarte una vez más.

Lágrima seca de insensibilidad inyectada
que te obligaré a mirar.

Cambiaste mi voz
pero te ahogará mi aliento cuando quieras nombrarme.

Robaste mis ideas
pero todavía no descubriste su mecha

Secaste mi carne
pero haré llegar mis huesos a tu puerta. 

domingo, 19 de febrero de 2012

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA - PARTE 4



Llamo al servicio técnico. Atiende una mujer.

- Service, buen día.
- La plaqueta.
- ¿Hola?
- La plaqueta. Quiero recuperar mi plaqueta.
- Perdón, señor, ¿cómo dice?
- Ustedes cambiaron la plaqueta de mi heladera. Se llevaron la rota. Es mía.
- Disculpe, ¿me podría decir qué…?
- 12 de febrero. La Paternal. Bosch Frost Free KSU 33. Castagneto. Castagneto cambió la plaqueta y se llevó la rota. Es mía.
- Muy bien, le informaremos al técnico para que se comunique con usted.
- Ustedes dicen que las plaquetas están rotas, venden plaquetas que dicen que son nuevas a 1400 pesos, pero se llevan la que estaba. Las arreglan y las venden como nuevas.
- No, señor, de ninguna manera. Le voy a decir el técnico que se comunique.
- Castagneto. Dígale a Castagneto que espero su llamado. 

sábado, 18 de febrero de 2012

EL TÍO DAVID


Estoy de paso por Ubajay, un pueblo entrerriano de 2500 habitantes, partido al medio por una ruta en constante refacción. Compro cuatro facturas en una panadería que tiene un reloj de agujas con la cara de John Lennon. La mujer me dice que visite el museo, que es precioso el museo, que por qué no voy al museo. ¿Qué museo? El museo de La Estación. Ah. El tren Urquiza dejó de pasar en 1991. El 5 de noviembre Alcides Coulleri, el último Jefe de Estación, anotó en el libro de registros “se procede a la clausura temporaria”. Qué grande Don Alcides, que no se resignaba al ferrocidio y mandó la palabra temporaria. En una de las habitaciones encuentro una lista de los primeros colonos judíos que llegaron a Ubajay en 1912, de la mano del barón Mauricio de Hirsch. Recorro los nombres y doy con un tal David Scliar. Así, con C. Los anotaban de cualquier manera, así que puede ser un pariente. ¿Acabo de descubrir al tatara tío David? Al lado hay un mapa de la distribución de campos de aquél entonces. Todos los nombres de la lista tienen su parcela menos el tío. Cómo lo cagaron al Déivid. O quizás no creía en la propiedad privada y vivía libre. O era un chanta que andaba de prestado. Cuando llego a Buenos Aires lo llamo al abuelo.

-         Abuelo, ¿puede ser que un tal David Scliar que llegó a Ubajay en 1912 sea algo nuestro?
-         No, los nuestros llegaron a Basavilbaso.
-         Ya sé, pero quizás un primo…
-         Basavilbaso.
-         Pero esto es cerca, ¿no cabe la posibili…
-         Basavilbaso. ¿Cuándo venís?
-         El domingo.
-         Tengo unas sandalias que te pueden andar fenómeno. 

jueves, 16 de febrero de 2012

FILOSOFÍA DE LA DESERCIÓN (*)


Desertar
Para nada.
Para cambiar.
Por cansancio.
Para leer un libro.
Para hacer espacio.
Para coger más y mejor.
Por la abolición de la fé.
Para ensanchar al presente.
Para dormir sin despertador.
Porque preferimos no hacerlo.
Para que las cosas duren lo que tienen que durar.
Porque todas las burocracias terminan en derrota.
Porque los índices nunca van a dar a nuestro favor.
Para no probar la efectividad de los antidepresivos.
Porque todas las formas conocidas están agotadas y alienadas.
Para tener la capacidad de embarazar al mundo con solo mirarlo. 

(*) Título de un libro de Peter Pal Pelbart. 

miércoles, 15 de febrero de 2012

HABER HAY


Hay pequeños caracoles de caparazón cónico en una maceta de mi terraza.
Hay en la pared un retrato que pintó mi sobrino, donde tengo la barba separada del cuerpo.
Hay una moneda de cincuenta centavos en el colchón.
Hay una llave entre mis llaves que no sé qué puerta abre ni cómo llegó ahí.
Hay un dolor debajo de la costilla que va y viene.
Hay, dicen, moscas en el paraíso.
Hay un tema de Julieta Venegas que me encanta.
Hay una lámina de Ródtxenko que se llama “La construcción del futuro” y nunca enmarqué. 
Hay dogmatismos de “compañerxs” que me dan ganas de entregarme a la PlayStation.
Hay un viaje que quiero hacer.
Hay una mochila a la que se le rompieron cierres fundamentales.
Hay silencio donde busqué una conversación.
Hay una baldosa floja en la cocina que la pateo todos los días y se desarma.
Hay un libro que se llama “Filosofía de la deserción” con un señalador en la página 32.  

BREVE REFLEXIÓN TARDÍA A PARTIR DE LA MUERTE DE SPINETTA


Si cuando murió Spinetta su cuerpo no emanó líquidos azules y rosados, si un médico no vio un aura desprendiéndose para integrarse al aire, si una estrella fugaz no ingresó al cuarto, si El Flaco no pudo auto afectarse hasta la curación, si nada de esto pasó con él, que tenía el remedio contra todos los males del mundo, que sabía no pedir de más para no llenarse de más y que luego cueste más la escalera, entonces la muerte no es más que una serie de descomposiciones que no le convienen a un cuerpo, lo exterminan y punto. Entonces no somos más que carne, órganos, piel y huesos que en un momento dejan de relacionarse, dejan de generar un tipo de expresión al que podemos llamar Spinetta, musgo, libélula o Maribel. 

martes, 14 de febrero de 2012

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA - PARTE 3



A las dos horas de enviar el mensaje vía internet a la empresa, llama una tal Florencia por teléfono. Tiene voz de dientes blancos y parejos. Con cordialidad y un toque de informalidad, dice que el jueves en la franja horaria de 9 a 16 va a venir un técnico. Parece ofrecer la solución que reclamé. No tengo nada para decir y corto.
            El jueves a las 9 de la mañana suena el teléfono. Salgo desnudo de la cama. Cada vez que llaman a un horario raro, pienso que murió alguien.

-         ¿Hola?
-         Hola, ¿ahí pidieron servicio de heladera? –dice un hombre con voz de recién haber terminado un asado con achuras y picada previa.
-         Sí, sí.
-         ¿Y qué le pasa?
-         Me dijeron que es la plaqueta.
-         ¿Qué modelo de Bosch es?
-         Frost Free.
-         No, no me entendés. El modelo. Tiene que tener un número.
-         En el frente no hay ningún número.
-         No, atrás. ¿Es fácil de correr? Atrás tiene que haber una etiqueta.
-         A ver, aguarde.

Desnudo, recién levantado, sosteniendo el teléfono inalámbrico entre la oreja y el hombro, corro la heladera. Encuentro una etiqueta.

-         Acá dice KSU 33.
-         Eso, eso. Ese es el modelo de la heladera. Es la plaqueta me dijiste…
-         Eso me dijeron.
-         Ya te lo digo, te sale 1400 pesos.
-         ¿No necesita verla? Quizás es un componente de la plaqueta…
-         No, no, si es la plaqueta es toda la plaqueta. Si querés voy hasta tu casa, la veo, te digo que es toda la plaqueta, me voy y quedamos para otro día para que te haga el cambio de plaqueta.
-         Está bien. Traiga una plaqueta nueva.
-         Yo voy a estar en Floresta, ¿cómo voy hasta ahí?
-         Esteee…por Juan Agustín García. Cuando llega a la cancha de Argentinos doble a la derecha.
-         ¿Por Álvarez Jonte no se puede?
-         Es contramano, se le va a complicar.
-         Dejá, dejá, me fijo en la guía.
-         Ya le dije que por Juan Agustín García…
-         Tipo 11 estoy por ahí.

Dejo el teléfono, me pongo un calzoncillo y me sirvo un vaso de agua tibia de la canilla. Tengo turno con Chong Bing Lee a las 10:30. Valeria se encargará de atender al técnico de Bosch. Vuelvo a la noche y la heladera funciona. El tipo, un tal Castagneto según la factura por 1400 pesos, entró, miró, dijo “es la plaqueta entera” y la cambió. Parece que los problemas se pueden solucionar mientras se pague y no se pregunte. El vaso de agua fría que me tomo tiene sabor a disconformidad. ¿Dónde está la plaqueta rota? Se la llevó Castagneto. ¿Cómo que se la llevó? Sí, se la llevo. Pero es nuestra plaqueta rota. ¿O no está rota? ¿No será que la empresa arregla las plaquetas, las vende como nuevas y cuando llamás para pedir un técnico en realidad te roban una plaqueta que se puede reciclar? ¿Será que la plaqueta “nueva” que pusieron en la Frost Free es una plaqueta que estuvo rota y se la llevaron de una casa de alguien que, supongamos, se llama Noelia? Este juego se les acaba acá. Voy a recuperar mi plaqueta rota. Aunque no la pueda arreglar nunca, aunque no logre quebrar a la empresa, por lo menos esa plaqueta no será parte de su juego macabro. ¿Dónde está el teléfono de Castagneto?

Continuará.

   

domingo, 12 de febrero de 2012

ASOMBROSA CASUALIDAD DE LA SOMBRA


Ayer, minutos después de haber leído este breve texto, mi amigo Ariel Issaharoff encontró, con causal casualidad, esta foto.



Enseguida recordé el pasaje de una conversación que tuve con el dramaturgo y filósofo Vicente Zito Lema en relación al rol del arte:

“La pregunta es si uno se adapta pasivamente a este mundo o si uno desde su conciencia o ética, lo quiere subvertir. Si piensa que este mundo es justo y bello o si se planta pensando que es injusto y no está basado en la verdad ni en la fraternidad. El mundo puede presentar máscaras de lo bello sin serlo. Porque lo que es ruin, lo que causa dolor, lo que no satisface las necesidades profundas de una sociedad, jamás puede ser bello, por más que nos hayan convertido en objetos siniestros de la realidad que creen que es bello aquello que no lo es. Si es así, entonces nos convertimos en miserias humanas que desde nuestro medio, nuestro miedo, nuestros intereses, queremos ver lo que no es. Es decir, entramos en una visión fetichista del mundo”.

¿Subvertir entonces la montaña de basura y abolir con ella la máscara de lo bello que se proyecta en su sombra?

Nota: mi amigo Ariel tiene el ejercicio de, en cuestión de un par de horas, componer ideas musicales, grabarlas y subirlas a internet. Sus experimentos pueden escucharse acá.

EL FIN DE LA SOMBRA


No me interesan las figuras que se forman en las sombras. No hay nada mágico en eso. Detesto que veas a un conejo. Todo debería manifestarse en la plenitud de la luz. Y esa luz debería proyectarse sobre todas las cosas. No quiero segundas interpretaciones ni metáforas tramposas. Muerte al meta texto. Todo a la vista, sin brillos ni reflejos. Quiero la nitidez de los días nublados. Como la certeza de un cuerpo abierto sobre la mesa de disección. 

viernes, 10 de febrero de 2012

TRES LLAMADAS


16:32
Un amigo que se radica en Punta del Diablo a leer de fines de diciembre a principios de marzo pide que le cuente cómo está el conflicto con la minería a cielo abierto y me pregunta si creo que el próximo candidato del Frente para la Victoria será Scioli.

18:11
Un vendedor ambulante que integra una organización social me cuenta que hay patotas que apuran a los manteros de la Calle Florida y que lo amenazaron telefónicamente.

20:17
Mamá quiere saber si me gusta más el filet de merluza en milanesa o tipo pastel. 

jueves, 9 de febrero de 2012

LO QUE ESTÁ Y NO SE USA NOS FULMINARÁ


Me tomé el 113 a Barrancas de Belgrano. Me subí al tren que va a Tigre. Se rompió en San Isidro. Me tomé el que venía atrás. Se rompió en San Fernando. Caminé seis cuadras y me tomé el 60 hasta llegar al destino elegido. Cruzando el puente, me encontré cien pesos. Pagué un boleto de barco por el Delta hasta un lugar que se llama Galeón de Oro. Conocí a una pareja de españoles: Domingo y Verónica. Ella contó cómo lloró su primo de dos metros de alto y 150 kilos de peso cuando marchó con los Indignados por Madrid. Él, desde sus labios ocultos por una barba a lo Bin Laden, habló de su pueblo en Andalucía, donde tiene una huerta con tomates sabrosos, “no como los comprados”, aclaró. Comimos almendras y castañas de su cosecha. Mientras esperaba la lancha de vuelta vi una rata persiguiendo a un pájaro. No lo alcanzó. Pensé en cómo habrán hecho los milicos para encontrar la casa de Rodolfo Walsh en ese laberinto de aguas marrones, camalotes y sauces. Cuando volví a tierra, quise tomar el Tren de la Costa, pero nunca llegó. Un señor me dijo que no era culpa de los políticos, sino de todos nosotros. Me fui hasta el tren Mitre. Cuando arrancó, me cayó un chorro de agua fría en la cabeza. Una señora se río. Me cambié de lugar. Internamente me puse a cantar “Hoy todo el hielo en la ciudad” antes de saber que ya había muerto Spinetta. Cuando subí al 113 para volver a casa, escuché que en la radio pasaban “Cantata de Puentes Amarillos”. Si la radio pasa esta canción es porque murió El Flaco, pensé antes de corroborar la noticia.  

martes, 7 de febrero de 2012

LAS ENSEÑANZAS DE CHONG BING LEE, EL ODONTÓLOGO COREANO


“Esa frase que dicen ustedes los argentinos –dice Chong Bin Lee, el odontólogo coreano, con media cara escondida detrás del barbijo, mientras me mantiene acostado con la boca abierta-. ¿Cómo es que dicen? No pasa nada. Eso. Dejalo así, no pasa nada. Y sí que pasa. Hacer algo mal puede herir a otra persona –enfatiza, mientras calibra un instrumento metálico y punzante que meterá en mi boca-. Que un anciano esté haciendo una hora de cola al sol para entrar al banco no está bien. Sí que pasa. No pasa nada. Esa es una frase que deberían erradicar de su cultura”. 

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA - PARTE 2



Volvemos de Matheu a las siete de la mañana en el 60 semirápido. Tenemos que llegar antes de las ocho y media para abrirle a José, nuestro paladín de la heladera. Valeria reza por el artefacto en código ateo. Tal como pidió el técnico, dejamos el aparato descongelando 24 horas antes. El calor es insoportable. José llega a la hora pactada y enseguida hace un chiste: “El problema de mi trabajo es que nunca pueden ofrecerme algo frío para tomar”. Pone manos a la obra. Saca una cajita de madera con unas luces y una tecla. Es un medidor de ampers artesanal. Lo llama “el estetoscopio de manufactura personal”. Le convidamos un mate y, con una enorme sonrisa, explica que solo toma en su mate, con su yerba, a la temperatura de agua que a él le gusta y que además no lo comparte con nadie. La información contrasta con su gran cara de buen tipo. Empieza a desarmar la Bosch Frost Free. Valeria ordena ropa para distraerse. Yo fumo en el pasillo, como si estuviesen operando a un ser querido. Después de un rato me asomo para ver las vísceras de la heladera. José no dice nada. Ni siquiera onomatopeyas que pueda interpretar. Voy al comedor, intento leer un cuento de Abelardo Castillo y me parece malo. No paro de pensar en lo que José dijo la vez pasada. Si es la plaqueta, estamos fritos. Al rato escucho su voz desde la cocina: “Hay novedades”, dice firme. Valeria y yo salimos disparados desde distintas piezas. Lo rodeamos con caras atentas. “Es la plaqueta, chicos. Van a tener que llamar al service de la empresa. Yo no puedo hacer nada”. Es la derrota del trabajador artesanal, del tipo de oficio, contra la programación electrónica de las multinacionales. Es como ver a Messi perdiendo la pelota en el cerrojo perfecto de una defensa alemana. José nos cobra apenas la nafta de la camioneta. Le da un beso a Valeria, me aprieta fuerte la mano, recoge su bolso de cuero marrón y se va. Que no decaiga. Llamo al 0800 de la empresa. Me dan tres teléfonos para comunicarme con el service. Atiende un contestador con un locutor engolado, tan distinto a la mujer de José, que al escucharla del otro lado del tubo uno hasta casi siente el olor de la salsa bolgonesa que está cocinando. Marco el 2. Música tipo Vangelis. Me quiero cortar las venas con la plaqueta. Cada un minuto, el locutor engolado dice “su llamada es muy importante para nosotros, por favor aguarde”. Vangelis. Cuelgo. Llamo al segundo teléfono. La línea está congestionada. Llamo al tercero. Contestador engolado de nuevo. Marco 2. Ahora, en vez de música, suena. Tomo aire para escupir el parlamento al primer ser humano que me atienda. Suena. Suena, suena y suena. No para de sonar. Lo desesperante es que está sonando en alguna oficina vacía o hay una serie de pobres callcenters quemados que no dan abasto con las llamadas y encima escuchan el ring de nuevas comunicaciones sin poder atenderlas. Cuelgo. Voy a la página de internet. Pido servicio técnico llenando una planilla con todos mis datos. Que me mate la CIA, pero la heladera me la arreglan. Hay un último casillero que dice “Comentario Adicional”. Escribo en mayúscula: LA HELADERA DE SU MARCA DURÓ NADA MÁS QUE CUATRO AÑOS Y LOS TÉCNICOS NO CONSIGUEN LOS REPUESTOS DE LA PLAQUETA. OFREZCAN UNA SOLUCIÓN.

Continuará. 


sábado, 4 de febrero de 2012

LUGAR Y COMÚN


-         Hola Lugar.
-         Hola Común, ¿cómo estás?
-         Bien, por suerte. Pero qué calor…
-         Un infierno.
-         Cada vez peor.
-         Con esto del cambio climático…
-         Y…si no cuidamos al planeta…
-         Nos va a borrar de un plumazo.
-         Además la humedad…
-         Es lo que mata.
-         Tal cuál. ¿Viste el partido?
-         ¡Cómo nos robaron!
-         Siempre nos roban. También los árbitros…
-         Todos comprados. Unos ladrones.
-         Como los políticos.
-         Todos chorros.
-         Con tal de afanar, hacen cualquier cosa.
-         Y nosotros también los votamos.
-         Yo a estos no los voté.
-         No, yo tampoco.
-         Tendrían que dejar a los que saben.
-         Sí, mejor prevenir que curar.
-         Y más vale pájaro en mano que cien volando.
-         Te invito al bar a tomar un vaso de vino.
-         Bueno, pero uno solo. Un vasito en la cena no le hace mal a nadie.
-         Sí, todo en su justa medida. El problema es el exceso.
-         Y la mezcla.
-         Tal cuál, te lo estaba por decir. 
-    Y sí, son años. Mucha conexión. 
-    La amistad es lo más importante. 
-         Porque las minas van y vienen.
-         Y si se quedan es por la guita. 

viernes, 3 de febrero de 2012

TRAGEDIA SIN AVISO


Ni “afuera llueve”, ni “de lejos se escuchaba un tren”, ni “los zapatos de él asomaban bajo la cama”, ni “en el segundo cajón estaba el revólver”. Las amenazas nunca son tan obvias. Las tragedias suelen ocurrir sin aviso ni señal. Sino, puede preguntar usted por aquél pobre turista suizo en Costa Rica, que se puso la zapatilla derecha y no le pasó nada, pero cuando se colocó la izquierda no vio al alacrán alojado en la plantilla número 43 del calzado moderno, con cámara de aire y todo, y andá a conseguir un antídoto en menos de media hora en esas playas tan hermosas, pero que ni una salita de primeros auxilios tienen. 

jueves, 2 de febrero de 2012

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA - PARTE 1


Cuando me mudé solo, la abuela Berta me regaló una heladera. Un obsequio para mi boda con la soledad, de la que me separaría dos años después, a pesar de mantener un gran vínculo. La abuela me dijo dos cosas: “Es una Bosch” (como garantía de algo que no comprendí) y “tiene lugar para la comida de los nietitos”. El uso del plural me desgarró.
Hace tres meses Valeria notó que la leche y el queso blanco se cortaban demasiado rápido. Su hermano biólogo nos dijo que podía ser una bacteria, que la limpiemos bien. El problema seguía y se había agregado un ruido molesto. Por la noche escuchábamos pequeñas explosiones que nos hacían balbucear entre sueños. Entonces decidimos guardar un vaso con agua. Lo dejamos tres horas y no se enfrió. Yo dije “no puede ser, es una Bosch”. El freezer andaba, pero tardaba cuatro días en hacer hielo. Empezamos a usar el freezer como heladera y la heladera como armario. En el año no hay tiempo para recibir técnicos y menos para que lo dejen a uno colgado, como suele suceder. En enero me puse en campaña. Conseguí el teléfono de José, a quien tenía que decirle que el contacto me lo había pasado Hugo, el de los lavarropas, a quien no conozco para nada. Le describí el problema.

- Decime, ¿es una frost free? –preguntó José del otro lado del tubo. Fui hasta la heladera y vi la inscripción en letra cursiva, lo cuál me hizo pensar que era una buena cualidad del aparato.
- Por supuesto, frost free.
- Cagamos.

El asunto es que los genios de Bosch importaron las heladeras pero no los repuestos. Encima parece que la frost free tiene una plaqueta electrónica que no se arregla con nada. Una suerte de caja negra. “Si es eso, estás frito”, dice José. Soy una escena más de “Comprar Tirar Comprar”, el documental de Cosima Dannoritzer sobre la historia secreta de la obsolescencia programada. La película cuenta cómo después de la crisis del 30, el estado norteamericano y las empresas decidieron acortar la vida útil de los productos para vender más. Por suerte, a la oscuridad de la plaqueta se le opone una luz de esperanza.

- Ojo, puede ser el motor del ventilador y eso te lo arreglo.  
- Ah, eso sería muy bueno.
- Pero si es la plaqueta…
- Estamos fritos.
- Eso.

José viene un miércoles a la mañana. Hombre mayor, ágil y sonriente, más ancho que largo, mano fuerte al saludar, cara de buen tipo. Trae una valija pequeña. 

- ¿Dónde está la enferma?
- ¡Por ahí! –digo tal vez demasiado excitado, como un ayudante de superhéroe. 

José abre y cierra las puertas. Toca un botón que nunca había visto. El motor funciona. Me parece una gran noticia. Pero si es la plaqueta... ¿No era que podía ser el ventilador?  Puede ser el ventilador.”Desenchufala el domingo y vuelvo el lunes. Si trabajo congelado te voy a romper el plástico”. Siento que la frase puede contener una metáfora de la vida. Me quedo pensando. Si trabajo congelado te voy a romper el plástico. Me equivoqué: no hay metáfora. Quizás el título de una obra de teatro de revista, pienso mientras guardo un par de medias en el segundo estante de la heladera.

Continuará.  

miércoles, 1 de febrero de 2012

MI CHICLAYANITA


Vuelvo después de las once de la noche. Ella sigue en Chile. En casa no tengo nada para comer y solo quedan dos opciones: o sánguche de dudosa milanesa en la estación de servicio recuperada por sus trabajadores, o “Mi Chiclayanita”, el restorán peruano no cool. La primera vez que fui, Teresita Cruz, la dueña, me atendió en la puerta. Petacona llegando a los cincuenta, de vestido siempre floreado, pelo corto, ojos rasgados, mucho uso de diminutivos al hablar. Sé su nombre porque está en una gigantografía con los menúes impresos sobre un collage de fotos pixeladas. Ahí dice “Mi Chiclayanita: un pedazo de Chiclayo en Buenos Aires. De Teresita Cruz”. Ese primer día me cantó de memoria todas las opciones, pero gentilmente puso su cuerpo en la entrada para evitar mi ingreso al local. No quería que mi presencia gringa (más bien rusorumanopolaca) generara alguna reacción en sus compatriotas. Con el tiempo me fue dejando pasar, aunque sea para esperar el paquete que me llevaría a casa. Hoy decido quedarme a comer ahí.

- Te lo envuelvo para llevar, mi amor.
- No, Teresita, hoy me quedo.
- Ah, muy bien joven, discúlpeme.

No sé por qué dejó de tutearme. Quizás pasé una barrera de hombría o algo así. Las paredes azulejadas de “Mi Chiclayanita” son la muestra más fiel del sincretismo cultural: fotos del Machu Picchu, Gardel, banderas de Argentinos Juniors y calcomanías con frases como “si te hablan mal del mí, pregúntales cuánto me deben”. También hay un pequeño mostrador con perfumes de segunda y tres celulares en venta. La cumbia peruana que sale de la rocola está bastante fuerte. Hay cuatro mesas ocupadas, contando la mía. Un tipo de cara ruda le marca a otro el arreglo de la percusión. Comparten la mesa con un típico argentino canoso, de bigotes y anteojos, camisa cuadrillé metida adentro del pantalón. Enseguida se va a poner a hablar a los gritos de otros restoranes. Enumerará todo lo que comió para terminar diciendo “¿y cuánto creés que pagué por todo eso?”. El del cencerro dirá una cifra y él alardeará contando que pagó poco más de la mitad. Cambio el sentido de la percepción a otro sector del pequeño salón. Un tipo joven y solo que cada tanto aprieta fuerte los ojos, como si viese fantasmas que lo atormentan. Termina su cerveza y se va sin decir nada. En la mesa del centro, dos a los que les gusta dejar los envases vacíos como trofeos. Uno se la pasa con el celular. El otro tampoco hace nada puntual, pero me llama la atención. Lo bautizo internamente como El Gordo de Colita Rapado a los Costados con Cara de Nene. Hacemos un mínimo contacto visual que no llega a originar una conversación. Noto que recién después de la sexta cerveza, piden un plato de pollo cada uno. Estratégico para no quebrar sobre los manteles de hule con motivos de flores. El Argentino Pelotudo, ya borracho, le grita algo a la piba que creo que es la hija de Teresita. “No entiendo nada de lo que dices”, responde ella, y vuelve los ojos a un televisor alto, clavado en Disney Channel, donde dan una película con El Señor Miyagui que no es Karate Kid.
Llega mi abundante plato de arroz con verduras y noto que Teresita le puso pedazos de carne por el mismo precio. Le sonrío. “Buen provecho, muchacho”. La comida, una cerveza y yo. Trato de derretir al mundo, concentrarme plenamente en la cena, pero me cuesta eliminar la voz del Argentino Pelotudo. Ahora despotrica contra los chilenos por haber apoyado a los ingleses en la Guerra de Malvinas. Podría meterme y argumentar, pero pienso en la cantidad de tipos como él que en este momento andan predicando idioteces en cada bar de la ciudad. Son inagotables y se reproducen como conejos. Mejor comer tranquilo y cuando termino, entrecruzar un rato las manos sobre la panza con las piernas estiradas. Después levantar la vajilla que usé, acercársela a Teresita hasta el mostrador, que ella diga “gracias, mi amor”, me dé un beso en la mejilla por primera vez y que, cuando llegue a la puerta, la que creo que es su hija mueva la mano ligeramente para saludarme, casi imperceptible, antes de girar de nuevo hacia la tele, pero esta vez sin haber lanzado su “no entiendo nada de lo que dices”.